Andrés seguía en aquel punto en mitad de la nada, reflexionando. Todo había sido tan raro, y sobre todo tan repentino, que se había quedado totalmente desubicado. Aquello no tenía ningún sentido. Aún así, cansado, estaba obligado a tomar una decisión. Dicha decisión pasaba por el hecho de recordar todo lo que había pasado, desde el principio. Pero la historia era complicada, como ya se ha visto.
Necesitaba de nuevo ordenar su mente. Vamos a ver-pensó-. Había salido de trabajar, había hablado con una mujer y había quedado aturdido. Se había despertado en una extraña habitación y dicha mujer había mencionado que era su mujer, que en realidad no había muerto 25 años antes. Había vuelto a casa, tras lo que pudiera parecer un sueño, y de pronto, había tenido que levantarse porque era perseguido por unos tipos de quién sabe dónde. Había escapado y la misma mujer que decía ser su esposa, Rut, lo había rescatado en una flagrante Harley Davidson.
¿Sorprendente verdad?-pensó-. Nadie lo creería, toda esta historia era descabellada. Se resistía a seguir recordando, porque se encontraba aturdido y exhausto. Pero tenía que encajar todos los detalles para poder saber qué hacer. Bien, vamos a ello-pensó de nuevo- y comenzó a recordar allí donde se había quedado.
Andrés notaba el frío de la mañana en su cara, y el fuerte aire que lo sacudía. Iba pegado a Rut como una lapa, y un tanto agachado, a fin de ser más aerodinámico en aquella moto. Habían salido a una velocidad de vértigo y aún continuaban muy rápido, pero gracias a eso habían podido escapar de esos tipos trajeados y armados. La vida de Andrés había cambiado en un día de forma radical y sin previo aviso.
Tras una travesía que duraba aproximadamente una hora, habían salido de la ciudad. Llegaron a un pueblo cercano y decidieron hacer un alto en el camino. Había que reponer fuerzas. Pero Sabuco necesitaba una explicación de todo aquello, como era obvio.
– Entonces, vamos a ver Rut, todo esto que nos ha pasado…¿Es real? ¿Estoy drogado o loco? ¿Qué sentido tiene todo esto?- Preguntó Andrés con una mezcla de cansancio y desesperación.
– Sé que no es fácil de entender, pero tienes que esperar un poco Andrés. Este no es un lugar seguro- Comentó Rut, en tono firme pero dulce.- En cuanto lleguemos a nuestro objetivo, entenderás todo.
Rut levantó la mirada y observó los alrededores de forma cuidadosa, buscando algo que desentonara o que no le fuese de fiar. Detuvo la mirada en el bar que había a pocos metros de la moto, el único bar de la zona y me indicó con la cabeza que le siguiera.
-Tenemos que comer algo porque el siguiente trayecto es muy largo y seguramente mucho más peligroso-dijo mientras se dirigía a la puerta del bar.
-¿Has dicho peligroso?-pregunté con un tono de sorpresa y miedo a la vez, pero no me hizo caso y cruzamos el umbral.
El bar era típico de los bares de pueblo, con las persianas a medio subir, su zona de comidas con no muchas mesas cubiertas con un mantel de papel blanco y la zona de la barra, a la que se apostaban dos lugareños de mediana edad y con la tez morena, seguramente quemada por los estragos que deja el trabajo en el campo.
-Vete a la mesa que hay cerca de la cocina que yo pediré algo para comer-Dijo Rut sin mirarme y levantando una mano para llamar la atención del hombre que salía de la cocina por la puerta que había detrás de la barra.
-Vale-Sólo pude decir eso antes de que ella ya estuviera hablando con aquel hombre que parecía ser el dueño de ese bareto de pueblo.
Me dirigí a la mesa más cercana de la zona de la cocina y me senté en una silla. No era el sofá de mi casa, pero tras horas agarrado a Rut y sentado en una moto, aquello me pareció un alivio para mi cuerpo.
Desde allí podía seguir viendo como esa mujer que decía llamarse Rut, mi Rut, empezaba a coger forma en mi cabeza y se transformaba en mi esposa. Tenía los mismos rasgos, la misma altura y el mismo pelo, una media melena de color castaño con ligeros tonos anaranjados; incluso los gestos me recordaban a ella pero todavía una duda en mi cabeza resonaba cómo un tambor.
-Déjame en esa silla-Me dijo en tono serio pero amable desde el otro lado de la mesa-necesito ver quién entra en el bar. Exhorto en mis pensamientos, no me había percatado de que Rut había terminado de pedir y con dos vasos de vino, estaba delante de mi.
-¿Perdón? ¡Ah, si! Disculpa, me cambio ahora mismo. Mientras me cambiaba, me fijé en los vasos y mi curiosidad no pudo evitar lanzarle una pregunta-¿Vino?
-Y dos platos del menú del día, para pasar desapercibidos-respondió mientras se sentaba y echaba la última mirada al exterior por la puerta del bar que siempre permanecía abierta.
-¿Pasar desapercibidos?-contesté asombrado-Una mujer conduciendo y un hombre despistado detrás, subidos en una Harley-Le añadí a mi pregunta retórica.
Rut dejó de mirar para observarme directamente a los ojos y dejar caer una sonrisa de ironía, una sonrisa hermosa y brillante. Entonces me di cuenta que sí era mi Rut.
Salimos de aquel bar y montamos de nuevo en la moto, no me hacía ninguna gracia, tenía dentro de mí una mezcla de miedo, incertidumbre, desasosiego, sorpresa, y un infinito estado de desconcierto. ¿Era mi Rut a la que tenía abrazada por la cintura?¿Cómo podía mantener mi amor vivo después de tantos años?
Dolía y mucho, pensar que podía ser ella inundaba mi corazón de dolor.No podía creerlo, las noches que pasé llorando en el salón mirando nuestras fotos; los días que al llegar a casa y notar su ausencia me tumbaba en la cama y deseaba haber sido yo el muerto. Dolor, de haber conocido a la mujer de mi vida, mi compañera de viaje y la salvación de mis penas, se marchó sin despedirse, y ahora vuelve.No sé qué hacer, que situación tan extraña, no quiero estar aquí y sin embargo por la que se supone que es mi Rut, lo hago. Lo he soñado tantas veces. Rut aparecía de nuevo en mi vida, nunca pensé que sería de ésta manera tan convulsa y desconcertante; pero estaba ahí, podía tocarla y olerla, y me miraba como si no hubieran pasado los años por ella. Su sonrisa, con esos labios tan bonitos que tiene, que me hacen perder la cabeza.Y esos ojos, sus ojos, me vuelven loco sólo con intuir que me miran. Y su voz, tan alegre, apasionada y sensual que estremece a cualquiera.
¿Es ella?¿De verdad? ¿O me he dejado embaucar por una farsante que no sé hacia dónde se dirige y todo ésto va a ser un tremendo error?¿O el error hubiera sido no reconocerla y haberla dejado enterrada para siempre?
¿Qué estoy pensando? Cualquier segundo a su lado, para mí es vida. Tanto tiempo sin ella, que se me había olvidado cómo envuelve a la gente que está a su alrededor de energía y regala su alma hasta hacerte parte de ella. Si tengo que viajar en moto hacia no se sabe, y aunque tenga que pasar mil calvarios, es mi Rut, me habrá merecido la pena.
Ya caía el sol por el oeste cuando Rut tomó un desvío que nos dirigía hacia un bosque. Solo se escuchaba el rugir de la moto y a algunos pájaros escandalosos que se daban las buenas noches antes de refugiarse en sus nidos. El camino estaba embarrado y apenas tenía marcas de neumáticos – no debe ser un sendero muy transitado – pensó Andrés. Ya casi hemos llegado – lo tranquilizó Rut. Ya era prácticamente de noche y la potente luz del faro de la Harley se abría paso a través de la foresta hasta que finalmente alumbró una cabaña.
Bajaron de la moto. Ella se dirigió con paso firme hacia la puerta principal mientras que él, titubeante, miraba a su alrededor temiendo encontrarse con alguna bestia salvaje. Una vez dentro, Rut se aseguró de que no había nada extraño en la casa, comprobó que el depósito de agua estaba lleno, se cercioró de que tenían comida suficiente para unos cuantos días, encendió el fuego de la chimenea y se sentó en el sofá junto a ella. Andrés lo observaba todo como si fuera un niño pequeño; nunca le había gustado especialmente el campo ni las casas rurales, y menos aún perdidas en medio de un bosque.
– Ven aquí – le dijo ella . Él se sentó a su lado y la miró con los ojos llenos de ternura.
– Por ti no han pasado los años. – dijo Andrés esbozando una sonrisa.
– Ya veo que por ti sí – replicó riendo mientras pasaba su mano por el pelo, ya algo cano, de Andrés.
– Algo de tiempo a pasado pero es normal, no iba a… – Rut posó sus dedos sobre sus labios.
-Ya lo se, y no me importa. – Se miraron a los ojos y por un instante sintieron como si el tiempo no hubiera pasado entre ellos.
Andrés no podía apartar la mirada de ella. Sus ojos, su boca, era tal y como recordaba. Esos ojos tan hermosos que le decían que aún lo amaban, y esos labios tan jugosos que pedían ser besados. Y aunque en su mente estuvieran paseándose mil y una preguntas, su corazón le pedía a gritos que los besara otra vez. Pero que podía hacer, la besaba, no la besaba. ¿Estaba 100 % seguro que era su Rut o aún le quedaba algún resquicio de duda? Tanto tiempo anhelando aquellos besos que lo transportaban a la luna y ahora que los podía volver a tener no tenía el valor suficiente para lanzarse.
– Andrés, ¿te pasa algo? – le dijo Rut.
– No, ¿por qué? – le respondió.
-Y entonces, ¿a qué estas esperando para besarme? – se quejó Rut con una sonrisa en los labios. Y al ver que Sabuco no se lanzaba, ella decidó hacerlo por los dos. Cogió el rostro de Andrés entre sus manos y lo acercó al suyo. Sus labios se rozaron, había un poco de miedo al principio pero todo ese temor iba desapareciendo mientras que sus bocas iban recordándose. Cada beso era más intenso que el anterior, más pasional, convirtiéndose en un bucle sin principio ni final. Se estaba tan bien en ese momento, olvidándose de todo, pero Andrés sabía que esto no podía seguir así, mucho menos sin saber antes todo lo que estaba pasando. Así que sin quererlo se fue apartando de su amada.
– Esto no puede ser- le dijo a Rut.
– ¿Por qué no puede ser?, Andrés, yo…te quiero – le respondió Rut un poco sorprendida ante la reacción de Sabuco.
-Y yo a ti,… o a la mujer que eras antes del accidente. Pero… cómo se si eres tú de verdad. Lo siento pero esto es muy difícil de asimilar.
-Andrés, confía en mi. Ya se que esto es muy difícil de asimilar y te estarás haciendo muchas preguntas pero ahora mismo no puedo decirte nada. Tan solo confía en mi,… como lo hacías antes.
Andrés no sabía que hacer. La miró a los ojos para intentar descubrir algo más, pero tan solo veía unos ojos que le pedían que no la abandonara, que estuviera con ella sin preguntar, que confiara en ella. Pero como iba a confiar en ella si todo lo que estaba pasando parecía tan surrealista.